LA AVENTURA DE TRABAJAR EN EQUIPO (I)
Eugenio Berruezo, España
Desde las cenizas de los recuerdos, guardadas con esmero en la urna de mi cerebro, me llega el aroma de las vivencias consumidas a fuego lento que tanto valor han aportado a mi vida. Hoy, y casi sin esfuerzo me llega ese olor de la memoria que me lleva a tantas reuniones vividas con equipos de trabajo, equipos de los que esperando lo mejor, con súbita sorpresa, me llevaron a vivir en ocasiones momentos difíciles e inesperados que siempre me parecieron y me siguen pareciendo una aventura.
Como director europeo de una organización internacional cristiana; suelo sentarme en sillas que están colocadas alrededor de una mesa de sueños a la que acuden otros individuos, casi siempre mejores que yo, para compartir la tarea de planificar, diseñar, repartir responsabilidades y rendirnos cuentas los unos a los otros. Suele ser variopinta la escena, porque alrededor de esa superficie donde crece el futuro, nos vemos compartiendo experiencia de vida hombres y mujeres de distintas razas, que de forma natural y sin proponérselo, representan a los cinco continentes. Sólo una cosa nos caracteriza como iguales a los exponentes de ese inaudito cambalache: Nuestra profunda fe en Jesús de Nazaret, Cristo, Dios Encarnado.
Es muy curioso verles ir llegando, existen los saludos afectuosos y evidentes manifestaciones de cariño, sobre todo, entre aquellos que previamente saben que estarán de acuerdo con lo que en esa específica sesión se trate. Por el contrario; es muy interesante ver la salutación, corta, educada, cristiana, pero un tanto esquiva en aquellos que saben que tendrán claras diferencias durante el tiempo que permanezcamos sentados a esa mesa intentando avanzar en el alcance de la visión que nos ha unido y que nos motiva a trabajar juntos.
Me he dado cuenta de que si paseas con tus ojos en círculo, como si del ojo luminoso de un faro frente al mar en noche oscura se tratara y observas con detalle y con candor a cada uno de los hombres y mujeres que te acompañan, te das cuenta de que la mayoría están trabajando bajo tremendas dificultades, presiones y carencias; lo reflejan sus rostros, lo dice su historia, no es negligencia, es la imagen de la necesidad que muchos padecen.
No nos extrañemos, esa es también la cruda realidad de la mayoría de los hombres y mujeres pertenecientes a pequeñas comunidades españolas. Es que la tarea del liderazgo no es fácil y es mucha la necesidad que conlleva la tarea de dirigir a otros hacia un ilusionante futuro.
Oí en una ocasión a alguien decir: “El líder cristiano (entiéndase: pastor, anciano, diáconos, predicadores, misioneros u otro tipo de líder ) es una especie en extinción”.
Mirando, con ternura, las mesas que en ocasiones comparto, dudo un poco de esta aseveración tan extrema, pero no deja de parecerme el riesgo real exisitente.
Observándonos, uno llega a la conclusión de que a todos nos falta mucho que mejorar para lograr que la especie no se extinga, porque la tendencia aparente es que nos estamos deslizando por esa pendiente imparable que lleva al irremediable desaparecer. También es cierto que muchas veces cuando observo con detalle, por ejemplo, al hombre sentado frente a mí y le veo con una expresión en su rostro de vivo interés por los demás; cuando veo en las pupilas de sus ojos el rastro que ha dejado la imagen de la última persona a la que ha estado ministrando, con sumo cariño, viene a mi mente el recuerdo de que la mayoría de los que comparten mesa de trabajo conmigo, han sido llamados por Dios para estar ahí y eso me da esperanza de futuro, me comunica que todavía nos queda espacio en el reloj del tiempo antes de que el liderazgo cristiano se extinga. Nuestro Dios es eterno y su plan soberano.
Si con mis manos bajo mi barbilla, y mis codos apoyados sobre la mesa; pose o gesto que me es muy cómodo y habitual, recorro disimuladamente la mesa de izquierda a derecha parando por unos segundos en cada rostro, lo que puedo ver es la realidad histórica que ha dejado huella en sus caras, son las marcas de las muchas limitaciones prácticas con las que están trabajando. Siempre acabo recordando que en algunas partes del mundo las carencias son ilimitadas.
Tal vez ¡no estoy seguro! pero tal vez, tantas limitaciones son las que les hacen tener expresiones de dureza reflejada con sus cejas, expresiones que sólo demuestran desconfianza e incluso temor, frente al otro. Es como si olvidasen que las cejas nos fueron colocadas sobre los ojos para evitar que el sudor salado, resultado del esfuerzo y del trabajo, descendiera hasta nuestros ojos y nos privara de la visión que un día nos fue regalada. En definitiva no las usan para prevenir, sino para expresar y las expresiones suelen ser duras, defensivas, preventivas frente al posible ataque del otro miembro del mismo equipo.
Es que, nos guste o no, las relaciones humanas son difíciles de establecer, difícil es, incluso, que cuajen. Mucho más difícil que conseguir una perfecta salsa besamel y te aseguro que esa salsa no es fácil. No es fácil, lo de las relaciones, porque estos “servidores de Dios” a los que observo, se mueven tanto con elementos y temas espirituales, que con la misma facilidad que se nos escurre el agua entre las manos, se les olvida que trabajan con seres humanos de carne y hueso, con todo lo que esta realidad implica.
Hay muchas cosas que he aprendido de mi esposa durante los años que llevamos casados que, por cierto, hace tiempo que dejaron de ser pocos. Sara, es un consultora que se pasa los días y las horas trabajando con líderes de muchos países de este globo. Eso, su trabajo, le ha dado una experiencia muy amplia que en pequeña medida comparte conmigo, y yo, alumno no muy avezado, intento implementar en mi vida y compartirlo en el ámbito en el que me muevo. Creo que esta es la intención de este escrito, compartir un poquito de lo aprendido.
Recuerdo que un día gris de otoño; cuando en nuestro jardín placidamente y a forma de balancín, se dejaban caer las hojas de nuestras moreras, como si el descenso de la rama hasta el césped que cubre la tierra, fuera acompañado por las notas de un vals; Sara me pasó una frase por si algún día creía oportuno utilizarla en alguna de mis clases, exposiciones bíblicas o escritos. Era de Aristóteles y decía así: “Enfadarse con la persona adecuada, a un nivel adecuado, en el momento oportuno, y de la mejor manera posible, es toda una habilidad”. Esta frase me transmitía la idea de que enfadarse de modo adecuado con la persona adecuada y en el marco de tiempo adecuado, no necesariamente tiene el porque ser malo.
Intento recordar esta frase, aristotélica, cada vez que tengo una reunión de planificación, trabajo o evaluación de algo realizado con equipos de trabajo en un contexto cristiano, especialmente en ese contexto de paleta de pintor, en el que me muevo, donde cualquier creativo podría ser feliz porque verdaderamente la manifestación de colores es rica.
Se, porque así lo aprendí, probablemente en otra época del año que no fuera otoño, que esta habilidad, forma parte de la puesta en ejercicio de lo que los sicólogos llaman “Inteligencia Emocional”. Tengo la impresión que dentro de nuestro campo cristiano evangélico y concretamente dentro de sus grupos de líderes existe esta carencia, digamos que de forma abundante, o sea, tenemos abundante carencia de “Inteligencia Emocional”. Por cierto, c
reo que debería intentar definir lo que es en sí misma la Inteligencia Emocional: “Es la capacidad de percibir, comprender y expresar emociones de tal manera que podamos utilizarlas para guiar nuestra conducta y nuestros procesos de pensamiento, para producir mejores resultados, en nosotros y en los equipos que lideramos y con los que trabajamos”.
¿Por qué soy tan severo en esta afirmación de que algunos de los líderes cristianos evangélicos carecen de Inteligencia Emocional? Porque como he dicho, me paro a observar sus rostros antes de iniciar sesiones de trabajo en equipo y porque, además, empleo horas del calendario de mi vida en el desarrollo de reuniones de equipo y siempre salgo con la impresión de que se producen en dichas reuniones una serie de disfunciones que demuestran que todos, yo incluido, padecemos de una seria carencia de “Inteligencia Emocional”.
Seguro que se dan más pero yo he llegado a aprender algo sobre cinco claras disfunciones, por lo menos, en reuniones de equipo a las que he asistido. Cinco disfunciones que si las evitásemos, probablemente nuestro ministerio, nuestro impacto en esta sociedad, y la mejora de rendimiento de nuestros equipos de trabajo, se verían altamente mejorados.
Pero como que eso alargaría demasiado este escrito nos adentraremos en ello en un futuro inmediato. Entre tanto me gustaría animarte a que valores positivamente cada reunión de equipo en la que participes.
(continuará…)