La verdad de las Escrituras

Oseas F. Lira

La Biblia contiene muchas verdades, ella dice que Dios creó en seis días todo lo que vemos a nuestro alrededor, dice también que Israel es el pueblo elegido de Dios, otra verdad es la promesa de vida eterna, etc., pero la más grande verdad es que Cristo es el Hijo de Dios quien vino a la Tierra y dio su vida por nosotros.

En Juan 18:38 Pilato le preguntó a Jesús: ¿Qué es la verdad? La parte siguiente del versículo señala algo bastante curioso e importante: “Y cuando hubo dicho esto, salió otra vez a los judíos”. La pregunta de Pilato al Señor es una buena pregunta, es la misma pregunta que ha apasionado a los seres humanos desde la antigüedad. Y la respuesta que han dado tanto filósofos como otros intelectuales podría llenar bibliotecas enteras. Pilato pudo haber encontrado al fin la respuesta, sin embargo cometió un gravísimo error: ¡él no esperó la respuesta!, ¡dejó a Jesús hablando solo! Releamos la parte final del verso: “Y cuando hubo dicho esto, salió otra vez a los judíos”.

En Juan 18:37, el verso anterior, Jesús ya había dicho algo fundamental a Pilato: “para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz.” pero parece que ésto tampoco lo entendió Pilato, porque Pilato, como muchos, aun oyendo hablar al mismo Hijo de Dios ocurre que no entienden o no quieren oír. De Jesús, Pilato había oído hablar mucho pero ahora tenía delante de él a un hombre que consideraba despreciable, sin ningún signo de grandeza, salvo que este hombre –Jesús– se había atrevido a decirle: “Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz.” Palabras, sin duda, audaces, pero que no lograron despertar la curiosidad de Pilato, quien tuvo la Verdad ante sus ojos pero no la conoció. Y es que su pregunta revela, no el inquisidor acercamiento de quien busca de veras conocer la verdad, sino la de quien ya no cree que la verdad exista. No es la pregunta anhelante que se hace a quien nos puede dar una respuesta, sino que es la pregunta escéptica de quien ya no cree en nada, ni espera creer en nada.

Tristemente hoy día hay muchos como Pilato, que invierten una vida entera preguntándose por la verdad, sin hallarla. ¿Será acaso que Dios se esconde de ellos?, ¿o es que a Dios ya no le interesa que las personas lo conozcan?

Todos quienes han querido saber la verdad han hecho muchos esfuerzos por buscarla para saberla pero son esfuerzos vanos; han leído miles de libros, han conversado con muchos sabios, en ello han meditado por años, ¡pero no la han encontrado!, ¿por qué?, porque la han buscado desde su inteligencia –sorprendente para muchos– pero nunca desde su fragilidad.

Y es que hallar la verdad no es un asunto de lucidez mental, sino del corazón. El buscador profesional de verdades pierde el norte en esa larga búsqueda y se dedica –como los epicúreos y estoicos de los días de Pablo, –sólo a decir y oír algo nuevo.

Finalmente, en su búsqueda sólo caen en las pequeñas verdades o en verdades aisladas, por lo que ya no se interesan en conocer de verdad la Verdad que salva.

Conocer la Verdad no es un ejercicio intelectual, porque ella exige que se la viva. Hallar la Verdad es volcarse a ella. Tener la Verdad es renunciar a todas las verdades anteriores, celosamente defendidas.

Sólo quien quiera conocer de veras la Verdad, la conocerá. Ella no está tan lejos que no pueda ser alcanzada. Quien busca la Verdad con el sincero deseo de encontrarla, conocerá que Jesucristo, el Hijo de Dios, es la Verdad, porque él dijo: “Yo soy la Verdad”, aquella verdad que ni aún los judíos pudieron ver. Para quien ha encontrado la Verdad son estas palabras de Jesús: “santifícalos en tu verdad, tu palabra es verdad.” Sólo conociendo a Jesús –La única y muy grande verdad– seremos libres, sí, libres del pecado, de la muerte y de esta vida terrenal (Ver Juan 8:32). Conociendo a Jesús, quien es el camino, la verdad y la vida (Juan 14:6) se tiene vida eterna. Ojalá podamos hacer nuestras estas palabras: Nuestra Iglesia conoce la verdad, vive la verdad, comparte la verdad.

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